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04Ago

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04/08/2022 - Gente joven

Las inseguridades de Occidente.



Es famosa la definición de crisis dada por el escritor e intelectual italiano Antonio Gramsci. En una crisis –dice– lo viejo ya no está, mientras que lo nuevo aún no ha comenzado.

 

Hoy vivimos una época de crisis múltiples: guerra, clima, pandemia, inflación, división social. Cada crisis es en sí misma un enorme desafío para nuestra sociedad. Pero actualmente las crisis se están produciendo juntas, interrelacionadas y potenciándose mutuamente.

 

El 24 de febrero de 2022, fecha de inicio de la ofensiva bélica rusa contra Ucrania, marcó un antes y un después para el orden de paz europeo, un «cambio de época». Tenemos por delante una enorme tarea de organización. Tenemos ahora que sacar las conclusiones correctas, porque los cambios radicales que se están dando afectarán nuestra convivencia y la agenda política de los próximos 20 años.

 

El presidente ruso, Vladímir Putin, comenzó esta guerra. Es responsable de brutales asesinatos y del sufrimiento de los ucranianos. Es su ataque a la soberanía de un país europeo. No somos culpables de la guerra de Putin, pero debemos preguntarnos a modo de autocrítica qué podríamos haber hecho diferente antes del 24 de febrero. Y debemos, sobre todo, pensar qué deberíamos hacer mejor en el futuro.

 

Después del genocidio de judíos europeos y las dos guerras mundiales que inició el Reich alemán, fuimos reincorporados a la familia internacional de Estados. Fue un milagro que primero la República Federal y luego la Alemania unificada se convirtieran nuevamente en un socio apreciado de la comunidad internacional. Nuestra historia nos ha impuesto proceder con moderación. Nuestra integración a Europa pasó a ser parte de la nueva manera en que nos percibimos.

 

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial surgió un orden mundial bipolar, experimentamos la formación de bloques y la competencia entre sistemas. Occidente o el Este, capitalismo o comunismo. Hemos vivido en este orden mundial durante décadas. En 1989 llegó abruptamente a su fin, Occidente había ganado. Para muchos era solo cuestión de tiempo que todo el mundo estuviera constituido por democracias liberales.

 

Samuel Huntington escribió sobre las olas de democratización. Francis Fukuyama llegó incluso a sentenciar el fin de la historia. Hoy sabemos que la historia nunca llegó a su fin. Tengo la firme convicción de que nuestro modelo de sociedad democrática y libre es el mejor. Pero que nosotros lo veamos así no significa que todo el mundo comparta esta visión.

 

Occidente se ha sentido demasiado seguro por mucho tiempo. Una guerra entre Estados en Europa parecía inimaginable. Durante muchas décadas, nuestro orden de paz se basó en la creencia en la inamovibilidad de las fronteras, en la soberanía nacional: todo lo que decían los tratados y el derecho internacional. Nos habíamos acostumbrado a ese mundo. Si había remezones aquí o allá, estábamos convencidos de que todo volvería finalmente a su lugar. Porque creíamos que nuestro modelo político y el orden basado en reglas terminarían imponiéndose.

 

No nos dimos cuenta de que ciertas cosas venían evolucionando de manera diferente desde hace mucho tiempo. Deberíamos haber considerado de otra manera las señales que venían de Rusia: la anexión ilegal de Crimea tendría que haber sido el colmo. Rusia se volvió cada vez más autoritaria y ahora es una dictadura. China también tiene una visión completamente diferente de la nuestra. Y también es cierto que muchos países del Sur global están decepcionados con las promesas de las democracias liberales.

 

Hasta ahora, los grandes actores globales se han asegurado influencia política mundial a través de la presión y la lealtad. Sin embargo, el mundo se organizará de manera diferente en el futuro. Ya no será una organización en distintos polos, sino en centros que ejercerán el poder cada uno a su modo. La pertenencia ya no está determinada por la lealtad, la presión y la opresión, sino por las convicciones y los intereses. Estos centros dinámicos de poder son atractivos, crean vínculos, dependencias y cooperación. El propio interés determina la integración a alguno de ellos.

 

Este orden mundial tiene grandes ventajas para los Estados que aún no se han transformado en un centro fuerte pero cuentan con un gran potencial económico y político, porque ya no tienen por qué pertenecer a un bloque. Pueden elegir en qué temas trabajan con quién en forma mancomunada.

 

China actúa de manera muy estratégica expandiendo su influencia y usando especialmente su poder económico para atraer países. Rusia también ha cultivado relaciones con países emergentes durante años y ha estrechado lazos con ellos. Han aparecido alternativas al modelo de desarrollo occidental. Durante muchos años, Rusia y China también cortejaron a Estados democráticos como Sudáfrica, la India y Brasil, dándoles una voz a escala internacional a través de la iniciativa BRICS, por ejemplo. Consideraron los intereses de estos países y trataron a sus gobiernos con respeto. Eso generó confianza.

 

Ahora mismo estamos viendo los efectos de ello, cuando numerosos países rechazan nuestras sanciones a Rusia. Los votos en la Asamblea General de las Naciones Unidas muestran que la mitad de la población mundial no apoya nuestras políticas. Eso debe hacernos pensar. Si bien no debería afectar la sustancia y la severidad de nuestras decisiones, sí afecta nuestras actividades en otras regiones del mundo.

 

Debemos desarrollar un lazo fuerte, forjar nuevas alianzas políticas, celebrar acuerdos de asociación y ofrecer estructuras abiertas como el club del clima. Se necesitan estructuras que sean integradoras y no excluyentes. Tenemos que crear y ampliar estas alianzas estratégicas. Y concretarlo ya en los próximos meses, cuando escaseen los alimentos.

 

Habrá hambrunas en África, América Latina y muchos países asiáticos, también como resultado de la guerra de Putin. Debemos acercarnos más intensamente a los países del Sur global y ofrecerles cooperación. Deberíamos buscar nuevas asociaciones: por ejemplo, en las áreas de salud, tecnología, hidrógeno y clima.

 

Nuestro objetivo en Europa debe ser convertirnos en el primer continente climáticamente neutro del mundo, innovar y crear normas para ese fin, y planificar la transformación sin descuidar la justicia social. Queremos demostrar que la protección del clima y el bienestar pueden ir de la mano. Si lo logramos, otros países se guiarán por nosotros y seguirán este camino.

 

Está claro que también debemos trabajar mancomunadamente con países que no comparten nuestros valores o incluso rechazan nuestro orden social. Siempre habrá que ponderar qué tan profunda es nuestra cooperación y en qué punto nuestros principios y valores podrían ser lesionados por esa cooperación. Debemos seguir enfrentando las injusticias, no puede haber cooperación sin actitud. El cambio a través del acercamiento nunca más debe reducirse al cambio a través del comercio.

 

Nunca más debemos volvernos tan dependientes en materia de energía como nos sucedió con Rusia. Por lo tanto, Europa debe ampliar su autonomía estratégica. Deben producirse e impulsarse bienes críticos e infraestructura crítica aquí en Europa. Con respecto a China, esto implica, por ejemplo, reducir nuestra dependencia en los campos de la medicina o la tecnología. No significa que debamos dejar de comerciar con países como China, como algunos reclaman, pero sí que seamos estratégicamente inteligentes y resilientes.

 

En lo que respecta al futuro orden mundial, tenemos por delante algunos años de incertidumbre. En los próximos años habrá una competencia por relaciones, dependencias, vínculos y cooperaciones. Ningún Estado puede superar por sí solo los desafíos del mundo globalizado. Por lo tanto, se necesitan centros fuertes que trabajen en una dirección. Sigue siendo extremadamente importante que nosotros, como Occidente, permanezcamos unidos: una Europa fuerte como núcleo, pero trabajando hombro con hombro con Estados Unidos, el Reino Unido, Australia, Japón y otros. Debemos aspirar a ser el centro más atractivo de todos.

 

Mucho depende de nosotros. Alemania debe tener pretensiones de una potencia líder. Después de casi 80 años de moderación, Alemania ahora tiene un nuevo rol en el sistema de coordenadas internacional. Nuestro país se ha ganado un alto nivel de confianza en las últimas décadas. Pero esto conlleva un cierto grado de expectativa. Las últimas semanas han demostrado que las miradas se concentran cada vez más en Alemania. Debemos estar a la altura de esas expectativas.

 

Liderar no significa actuar de forma brusca o desconsiderada. Es de esperar que las culturas de liderazgo inteligente prevalezcan tanto en la política internacional como en la política interna. Por cierto, esto también incluye la idea de una política exterior feminista. Liderazgo significa ser consciente del rol que se tiene, ganar voluntades y no eludir responsabilidades. Nunca ser arrogante, pero sí actuar con serenidad, convicción y coherencia. Un estilo de liderazgo colaborativo es un estilo de liderazgo inteligente.

 

Siempre debe quedar claro cuál es nuestra motivación. Hacemos política exterior para que la gente pueda vivir con seguridad, en paz y prosperar. El presidente estadounidense Joe Biden habla de «política exterior para la clase media». Este es el enfoque correcto. El compromiso con la política exterior nunca es un fin en sí mismo y siempre tiene efectos en nuestra convivencia local.

 

Estamos presenciando el enorme costo en vidas que implican un orden internacional inestable, la guerra y la interrupción de las cadenas de suministro. Los conflictos internacionales también tienen, a fin de cuentas, un enorme poder explosivo para nuestra democracia y la cohesión de nuestra sociedad. Esta es precisamente la razón por la cual es tan importante el compromiso con la política exterior. El nuevo rol de Alemania como potencia líder requerirá decisiones difíciles, tanto en lo económico como en lo político. Tenemos que modificar estructuras y renegociar presupuestos.

 

El canciller Olaf Scholz y el gobierno alemán han tenido que repensar y cambiar algunos principios básicos de su política exterior en las últimas semanas. Nos solidarizamos con Ucrania. Estamos suministrando armas, también artillería pesada. Estamos imponiendo duras sanciones que Rusia sufrirá durante las próximas décadas. Y estamos aplicando una fuerte presión política junto con nuestros socios en Estados Unidos y Europa. Es correcto que estemos dando estos pasos. También esto se relaciona con nuestro nuevo rol.

 

En los últimos años, todos hemos estado de acuerdo con la tendencia en materia de políticas de seguridad de descuidar la defensa de nuestro país y de la Alianza. A mediados de febrero, más de 2.000 expertos se dieron cita en la Conferencia de Seguridad realizada en Múnich. Muy pocos creían que Putin atacaría Ucrania. Apenas unos días después, Putin comenzó su ataque. Me preocupa que no lo hayamos previsto.

 

Por esa razón, tenemos que pensar en escenarios y prepararnos para ellos. Si escuchamos que los países bálticos o Polonia temen ser los próximos objetivos de Rusia, debemos tomárnoslo en serio. Cometimos errores al tratar con nuestros socios de Europa central y del Este. Por lo tanto, es importante que intensifiquemos el diálogo con ellos y hagamos avanzar a Europa juntos.

 

Olaf Scholz ha dejado claro varias veces que defenderemos cada centímetro del territorio de la OTAN. Apoyo su decisión de destacar más tropas alemanas en el flanco oriental de la OTAN y mejorar la protección de nuestros socios de Europa del Este. Pero para ello las fuerzas armadas alemanas necesitan con urgencia mejor equipamiento.

 

Es bueno que hayamos constituido el fondo especial de 100.000 millones de euros para nuestras fuerzas armadas. Esto nos permitirá una mayor operatividad y volver a enfocarnos en la defensa nacional y la de la alianza. En el pasado algunos creían que cuanto más se redujesen las fuerzas armadas, menor sería la probabilidad de una guerra. Lo que sucede es lo contrario. Lo que conduce a una guerra no es hablar de guerra sino cerrar los ojos a la realidad.

 

Para mí, política de paz significa también considerar la fuerza militar como un recurso legítimo de la política. Dicho sea de paso, esto también está previsto en la Carta de las Naciones Unidas. Siempre es un recurso extremo, pero debe quedar claro que es un recurso. Lo estamos viendo en Ucrania en este preciso momento.

 

Algunos ahora pueden estar alarmados. El presidente del SPD habla de potencia líder, de las fuerzas armadas alemanas, de poder militar. Puedo imaginar los debates que estarán dándose ahora mismo. Pero quiero que seamos realistas. Willy Brandt y Helmut Schmidt ya sabían que una de las bases para una poderosa política de paz es la fuerza militar. En aquel momento, el presupuesto de defensa era más de 3% de nuestro producto bruto.

 

La mano que tendemos debe ser fuerte. Brandt y Schmidt habían entendido que uno puede defender la paz y los derechos humanos solamente con la propia fuerza. No debemos abreviar los debates. Estoy orgulloso de la Ostpolitik (política para Europa del Este) de Willy Brandt, por la que recibió el Premio Nobel de la Paz. Esa fue la base para la reunificación, para superar las contradicciones del sistema y para la democratización de muchos países del antiguo bloque del Este.

 

El cambio de época exige despedirse de las certezas. Pero eso no significa tirar por la borda todo lo que estaba bien. La diplomacia, los acuerdos, las iniciativas internacionales de desarme, el derecho internacional, la política de desarrollo, el multilateralismo y una política financiera internacional justa son y seguirán siendo los medios más exitosos para resolver conflictos y, sobre todo, para prevenir conflictos. Son parte de una política integral de seguridad.

 

El proyecto más importante de la política exterior y de seguridad socialdemócrata es Europa. Como potencia líder, Alemania debe impulsar enérgicamente una Europa soberana. Alemania solo puede ser fuerte si Europa es fuerte. La historia de la Unión Europea nos ha mostrado todo lo que puede lograrse cuando se pretende algo y se lo impulsa políticamente. Schengen, la introducción del euro, los históricos tratados de Maastricht y Lisboa o, más recientemente, la reconstrucción tras la pandemia de coronavirus: todas fueron decisiones de gran repercusión que mejoraron nuestra vida en Europa.

 

Olaf Scholz anunció hace poco que Macedonia del Norte y Albania pronto iniciarían negociaciones para incorporarse a la Unión Europea. Y en su viaje a Kiev, él y otros jefes de gobierno llevaron en su equipaje un importante mensaje: ustedes, Ucrania, pertenecen a Europa. Luchan por los valores europeos. Con ustedes, Europa es más fuerte. La República de Moldavia también necesita el estatus de candidata. Estas señales son sumamente importantes.

 

El cambio de época es un cambio de era radical. Hoy se está volviendo a organizar el orden europeo de paz y seguridad. El hecho de que haya Estados que se estén orientando hacia la Unión Europea y quieran ser parte de nosotros muestra lo atractivos que ya somos como centro.

 

Sin embargo, ese atractivo conlleva una responsabilidad política. Esto también incluye la política de ampliación. Europa debe ganar más peso como actor geopolítico. Tras el final de la Guerra Fría, la Unión Europea ya ha mostrado su capacidad de acción geopolítica y estratégica. Dar a los países del antiguo bloque del Este una perspectiva de rápido ingreso a la Unión era un objetivo político.

 

La Unión Europea debería ahora presionar políticamente para impulsar las próximas negociaciones de ingreso a la Unión. Esto no significa de ninguna manera un descuento para los candidatos a ingresar, no hay «vía rápida». Rigen los Criterios de Copenhague, pero no debemos permitir que los procesos de ingreso se empantanen en la burocracia de Bruselas, sino impulsarlos activamente como un proyecto geopolítico.

 

Por cierto, cuando hablamos de ampliación, tenemos que hablar también de reformas internas. Solo así la Unión Europea podrá recibir a esos países. La Unión Europea debe ser capaz de actuar con rapidez aunque cuente con más miembros. Por lo tanto, debemos abolir el principio de unanimidad, por ejemplo, en política exterior o en política financiera y fiscal. Esto hará que la Unión Europea tenga mayor velocidad de reacción, sea más rápida para actuar y más democrática. Pero no debe hacerse ninguna concesión en cuanto al Estado de derecho y la democracia. Necesitamos, pues, un nuevo mecanismo para defender eficazmente los Criterios de Copenhague incluso después de una incorporación.

 

En los últimos años han sido discutidas muchas ideas ambiciosas para Europa, las cuales han sufrido idas y vueltas en los pasillos de la burocracia hasta que finalmente quedaron en aguas de borrajas. Por ejemplo, este sería el momento justo para impulsar finalmente una política europea de defensa y seguridad. Veintisiete países que tienen sus propios sistemas de adquisiciones, poseen sus propias empresas de armamento y negocian individualmente con esas empresas: es inexplicable por qué no regulamos esto juntos y de una buena vez a nivel europeo.

 

El objetivo, a fin de cuentas, debe ser que sumemos recursos de manera eficaz y construyamos un pilar europeo sólido en la OTAN. En el futuro, los Estados europeos de la OTAN deberían poder defender conjuntamente el territorio europeo. Esta no es una política contra la alianza transatlántica, sino una política que fortalece la alianza.

 

Además de la política exterior y de seguridad, de lo que se trata es también de fortalecer Europa internamente e invertir en cohesión social. En toda Europa, la gente está luchando actualmente contra el aumento de los precios. La guerra también pone en peligro la paz social en nuestro territorio. Es parte de la estrategia de Putin. Está librando una guerra contra las democracias europeas, quiere desintegrarlas y dividirlas.

 

Tenemos que mantener unidas a nuestras sociedades en medio de la crisis. Con el fondo de recuperación tras la crisis del coronavirus y el programa SURE, un plan de protección europeo contra el desempleo, ya lo hemos demostrado en el pasado reciente. Eso dio seguridad en todas partes de Europa. Ahora se trata de afianzar tales avances, lo cual también significa que, cuando reformamos el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, permitimos flexibilidad para invertir en temas del futuro tales como la transformación ecológica y digital.

 

La transformación es el tema del futuro por excelencia. Tiene una dimensión ecológica, otra económica, pero también, tal como lo demostró esta guerra, una dimensión relacionada con la seguridad. Ya hemos establecido metas ambiciosas en el acuerdo de coalición: neutralidad climática para 2045, expansión masiva de energías renovables, desarrollo de una economía del hidrógeno, promoción de tecnologías innovadoras. El cambio de época ha dado a todo esto una nueva urgencia. No queremos lograr esto a expensas de la industria, sino avanzar junto con ella.

 

Ahora debemos impulsar rápidamente las inversiones en energías renovables y nuevas fuentes de energía. Esto requerirá grandes esfuerzos durante algunos años, pero es necesario para nuestro bienestar a largo plazo. De esta manera sentaremos las bases para que haya trabajo de calidad y buenos salarios en Europa. Al impulsar innovaciones respetuosas del clima, Europa también podrá establecer normas globales. Son inversiones en nuestra independencia y, por lo tanto, también en nuestra seguridad.

 

Lo viejo ya no está, lo nuevo aún no ha comenzado. Pero creo en la fuerza inigualable de Europa. Creo en la fuerza de las convicciones socialdemócratas para una vida en libertad, segura y solidaria. Y creo en el poder creativo de nuestra democracia, la fuerza de la política para crecer en tiempos de crisis y planificar un futuro mejor.




 

                                                                                                                                                                   Fuente: https://nuso.org/articulo/inseguridades

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